Estambul. La ciudad de los tres nombres by Bettany Hughes

Estambul. La ciudad de los tres nombres by Bettany Hughes

autor:Bettany Hughes [Hughes, Bettany]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Crítica
publicado: 2018-03-12T23:00:00+00:00


Mapa del Palacio de Topkapi realizado a finales del siglo XVIII por Antoine Ignace Melling. Buena parte del complejo palaciego todavía puede visitarse en la actualidad. (Cortesía de la Biblioteca de la Universidad de Saint Andrews, rfx DR724.M4)

Un libro de ceremonias (codificado por Mehmed II para integrarlo en el derecho dinástico) acabaría convirtiéndose en una guía práctica de los protocolos rectores del comportamiento del sultán de Estambul.

Se determinó que el dirigente del imperio debía transformarse en una figura de más acusado carácter místico. Dejó de animársele a participar en banquetes o a conceder audiencias públicas, con lo que el sultán pasó a recibir cuatro veces por semana, en su salón de reuniones privado, a las delegaciones que acudían a él. El emperador podía observar el mundo apostándose tanto en el Quiosco de las Procesiones como en una caseta de techo dorado asomada al Patio de los Desfiles. Y como ya hicieran sus antepasados bizantinos, también podía entrevérsele asistiendo a los acontecimientos del hipódromo (al que ahora se conocía con el nombre de Atmeydani). Durante las recepciones privadas, colocado ante la ventana ceremonial que le estaba reservada (desde la que podía contemplar el lento paso de los regalos o la ejecución de sus enemigos), el sultán permanecía característicamente callado. Cuando los embajadores se aproximaban a él, la guardia real les mantenía los brazos bien sujetos y pegados al cuerpo. El resto de los presentes aguardaba en pie, con las manos entrelazadas y la vista baja. Pese a que el sultán Suleimán I se aventurara a experimentar los efectos de una suerte de carisma mesiánico y sobrenatural, por lo común no se pensaba que los nuevos gobernantes de la ciudad tuvieran poderes ultraterrenos. Podían encauzar su creatividad, fundamentalmente expresándose por medio de poemas extáticos, pero como destinatarios de los códigos del derecho dinástico también tenían que respetar y hacer cumplir los preceptos del islam sunita con rigor y justicia.6

Sin embargo, pese a que sobre el papel el sultán fuese un personaje perdido en la lejanía, lo cierto es que, en la práctica, la visibilidad de que gozaba (cuidadosamente escenificada) tenía una importancia suprema. Las complejas normas que regían la sucesión imperial entre los otomanos determinaban que su presencia física resultara extremadamente relevante. En el año 1421 d.C., se sacó a la calle el cadáver de Mehmed I, dotándolo de movimientos, como si se tratara de una marioneta, frente a la crédula multitud (a la que no obstante se mantuvo a considerable distancia) para convencer a los ciudadanos de que el emperador seguía con vida y evitar así una crisis sucesoria. En el interior de Estambul, las procesiones celebradas con motivo de la oración del viernes se transformaron en un acontecimiento teatral deliberado y consciente. El sultán vestía caftanes adornados con claveles y flores bordadas de sesenta centímetros de diámetro. Para algunos acontecimientos, el caballo del soberano permanecía suspendido en el aire, en ayunas, durante toda una noche, a fin de que el hombre y su cabalgadura desfilaran con una distinción de ensueño.7 Toda esta parafernalia obedecía a fines simultáneamente domésticos e internacionales.



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